Situaciones desesperadas
requieren medidas desesperadas. Y Lola está tan enamorada de Manni que haría
cualquier cosa por él, incluso tratar de atracar el banco en el que trabaja su
padre por evitar que la mafia haga trizas a su novio. Esto ocurre, cómo no, en Corre, Lola, corre, una película tan
espídica que valdría como sustituto de una sesión de gimnasio o de un chute de
crack, dependiendo del respetable hobby de cada uno.
La extravagancia formal de Corre, Lola, corre esconde una historia
estrictamente realista. Tom Twyker espera pacientemente a que la primera
carrera de Lola termine antes de mostrar sus cartas. Sólo ahora el director nos
permite comprender lo que realmente es Corre,
Lola, corre: un juego de hipótesis paralelas, en el que la verdadera podría
ser cualquiera o ninguna. Pero Twyker se muestra engañosamente cristalino a este respecto: quiere hacernos creer que ya ha trazado por completo el esqueleto de su película...
cuando aún no lo ha hecho.
Durante el primero de los tres qué pasaría si de la película Lola le
quita el arma al guardia de seguridad de un supermercado, pero al ser la
primera vez que empuña una pistola, necesita la ayuda de Manni para
quitar el seguro. El segundo qué pasaría
si pone a Lola en la delicada situación de amenazar con disparar a su padre
dentro de su propio banco con la esperanza de conseguir el dinero que necesita,
y de nuevo empuña por primera vez un
arma. Y para sorpresa del guardia de seguridad, nuestra y de la propia Lola, la
chica sabe cómo desbloquearla.
Es el mejor momento de toda la
película. Con un sencillo y perturbador gesto, con apenas una nota en el guion,
Twyker derriba su propio castillo de naipes, concienzudamente construido sobre
la base de la verosimilitud, y nos obliga a aceptar lo inaceptable: que las diferentes
versiones que estamos viendo no son alternativas respecto a las otras, sino que
de algún modo han ocurrido correlativamente.
Y sin recurrir a purgatorios.
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