jueves, 2 de mayo de 2013

Reseñas viejunas: Japón bajo el terror del monstruo (1954)

 
Japón bajo el terror del monstruo (a la que llamaremos por su nombre original, Gojira, para simplificar) es uno de esos casos de "sé qué es pero en realidad no" que tanto se ve en la cultura popular moderna. Como en los cuentos de los hermanos Grimm, el boca a boca, el continuo homenaje y la referencia social han popularizado una imagen y una idea, pero el elemento original en sí es ampliamente ignorado.

Hoy en día, el espectador que oye el nombre de Godzilla piensa en un tipo embutido en un disfraz de lagarto dándole zarpazos a una maqueta y no se le ocurre meditar que hay algo más aparte de los lógicamente "primitivos" efectos especiales de la época. Escribo esa palabra entre comillas porque Ishirô Honda logra, mediante juegos de luces, sombras y el blanco y negro, que el monstruo de una imagen sólida en pantalla y deja en ridículo el nivel de algunas de las entregas posteriores y sucedáneos. Puede que a algunos les resulte complicado ponerse en la piel de la audiencia de los años 50 y entender que este bicho era el Avatar de la época.

   
 MOMENTAZO: la primera vez que la humanidad vio al monstruo.
 

Dando, pues, por obviada la parte de los efectos, nos centramos ahora en la historia, que, al fin y al cabo, es lo que nos mueve a la hora de ver películas: las continuas pruebas nucleares que el ser humano está efectuando en el planeta han despertado una criatura prehistórica que yacía bajo mar y tierra y además le han dado más fuerza y poderes. Los lugareños más viejos afirman que el antiguo dios Gojira (la traducción fonética literal es Godzilla, según los estudios Tōhō, cuidado) ha vuelto para reclamar sus sacrificios humanos. Los japoneses sufren la ira del monstruo y contemplan, impotentes, cómo reduce a escombros la ciudad de Tokio. La metáfora nuclear está muy clara. Los planos de la devastación están descaradamente basados en Hiroshima y Nagasaki y, para rematar, vemos que en los hospitales llenos de heridos hasta los niños vuelven locos a los contadores geiger debido a la radioactividad que Godzilla deja allí por donde pasa.

El lado humano de la historia es el punto más flojo. Vivimos el miedo a través de los ojos de una pareja de novios exasperantes y unos cuantos militares cuadriculados aunque, por supuesto, muy honorables que presionan al Dr. Serizawa (Akihiko Hirata), verdadero protagonista de la función, (y de ahora en adelante El Tío del Parche) para que les deje usar la fuente de energía que ha desarrollado y que, aparentemente, es lo único que puede evitar que Godzilla siga causando estragos. El invento del Tío del Parche puede ser muy beneficioso para el ser humano, pero también muy peligroso si cae en malas manos y se convierte en un arma, que es lo que los militares cuadriculados quieren. Toma torta para los yankis. El Tío del Parche y su dilema han sido injustamente olvidados por el imaginario popular, que se dejó perder por la fascinación hacia el monstruo.


 Niños radioactivos.
 

Ishirô Honda dirige la trama con poco corazón y mucha cabeza, lo que hace que la historia se asfixie y deshumanice, quedando todo a medio camino entre un reality de ciencia-ficción y una crónica de Noticias Cuatro con dramatización de Iker Jiménez. Sin embargo, teniendo en cuenta que lo que tenemos entre manos es una película pionera, todo el conjunto consta de más logros que disgustos. 

Rompo una lanza a favor del Tío del Parche y su dilema moral e invito a todo el mundo a que le eche un ojo a esta película, madre de un poderoso (literalemente) icono global, para conocer de primera mano el porqué de la leyenda.


 El Tío del Parche es el bueno, aunque no lo parezca.

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